El color del alma

Por Mario Barghomz

El alma es etérea, abstracta, esencia o sustancia, inteligencia, mente, energía, conciencia. En hebreo alma se escribe nefes, que se refiere a la tráquea por donde comemos, bebemos y respiramos; por ahí, escriben los antiguos judíos, recibió el hombre el aliento divino. Para los griegos alma es psiké (conciencia).}

Se ha también especulado sobre su peso; cuando un cuerpo muere pesa 21 gramos menos. Al alma van nuestros dilemas existenciales; la melancolía o la tristeza, la entereza y el ánimo. Hay en este sentido almas fuertes y almas débiles. Al alma los estoicos le atribuyen nuestra fortaleza, nuestra resistencia (dice Marco Aurelio) ante las calamidades del mundo.

Un “ser sin alma” es un ser despiadado, desviado de la gracia del aliento divino, del soplo del gen en su espíritu. Su mayor desgracia es su extravío, su no pertenencia divina. La violencia de su ánimo y su enojo serán su mayor tragedia, su peor miseria.

El caso de Frankenstein es ejemplar para ilustrar al malvado. El monstruo carecía de alma porque había nacido de cuerpos muertos que la habían perdido, que habían abandonado toda posibilidad de seguir en su carne. Por ello que la maldad habitaba su naturaleza. ¿Cómo ser bueno si carecía de alma? Porque sólo el alma tiene tal virtud –dice Platón-.

¿Pero tiene color el alma? ¿De qué color es el alma? ¿Depende de cada ser humano, de su humor, personalidad y conducta el color de su alma? Si el alma tiene un color este debe ser azul, porque azul es el color del cielo y la serenidad, la paciencia y la calma. Azul debe ser también el color de la eternidad, porque azul es el color de la fe, el amor y la virtud. De color azul debe ir el personaje de Romeo enamorado de Julieta, porque azul es su lealtad; azul también será su muerte y su aflicción.

El período azul de Picasso refleja la melancolía, la aflicción y la tristeza humana; pero también la mejor parte humana del pintor de Málaga que deberá madurar artísticamente hacia el cubismo y sacrificar su azul humano.

A pesar de sus contrastes y de su vida mundana, el azul debió ser el alma de Picasso, reflejada en su obra, plena no de la suspicacia y el atrevimiento deconstruccionista de su período rosa en camino hacia el cubismo, sino de la reposada tristeza, profundidad y melancolía de su psique.

Dentro del sistema Prang de colores existe una variedad infinita de posibilidades que surgen a partir de los colores primarios: rojo, azul y amarillo. De tal manera que entre ellos mismos y cada color por su propia cuenta, puede adquirir una variedad de tonos, contrastes y matices infinitos a partir de sus combinaciones.

El rojo, por ejemplo, es un color cálido, denota sensualidad, pasión y arrebato. De color rojo debe ir vestido el personaje de Julieta: apasionada, rebelde y arrojada. El rojo de su vestido debe ser su ardor y deseo por Romeo. Pero el rojo es también el color de la sangre (de acuerdo a esta lectura de la psicología del color) de la ira y el enojo, de la violencia y la guerra entre los Capuleto y los Montesco.

Cuando el alma deja de ser parte en el amor de una pareja, cuando no es ella sino el cuerpo, la pasión, el deseo y el arrebato, la exigencia y el simple compromiso lo que impera en un amor más vacío que pleno, el alma se destiñe quedando sólo aquello a lo que Platón llamó simple apariencia.

La apariencia de un alma es la ausencia de verdad en ella, de claridad y pureza en el color de sus sentimientos. Las almas no pueden ser verdes, rojas o amarillas dependiendo de cada humor o temperamento humano, del arrebato y la inestabilidad emocional de quien demanda amor sin otorgarlo, de quien exige paz sin saber darla o armonía que por sí mismo no tiene; sino azules como Dios las puso en cada uno de nosotros a través de su aliento divino. Azul como la lealtad del amor de Ulises por Penélope, que por veinte años luchó para regresar a ella.

El azul está también en las manzanas azules que pintó Paul Cézanne para el impresionismo, que sin duda debió ver en ello no sólo el desplante de una creatividad novedosa, sino lo profundo y enigmático de un fruto primigenio en la imaginación de la cultura europea. El azul le aporta al cuadro la belleza, el sentido y el significado que de otra manera no poseería.

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