El enemigo de mi enemigo

Por Sergio Aguilar

En las democracias contemporáneas, el más grande miedo es el totalitarismo. Este totalitarismo se manifiesta en líderes que se tildan de “dictadores”, “tiranos”, “autoritarios” o “fascistas” ante cualquier decisión que afecte al libre flujo de la democracia liberal, es decir, del capitalismo.

Estamos viendo esto con el miedo que se tiene ante el gobierno federal actual, que no es sino un gobierno demócrata liberal, pues su agenda no promete un cambio radical, pero vemos también este miedo con el papel de Venezuela.

El pánico y caos que se tiene con Venezuela no es sólo la sombra de la dictadura que se cierne sobre el país, el caos que realmente se vive, o lo nefasto que es el propio Maduro (me es difícil olvidar en campaña cómo presumía que él tenía esposa, a diferencia de su oposición). El pánico y caos con Venezuela es la desinformación que nos encanta consumir.

Esta desinformación azota a cualquier esfera de la opinión pública, letrada o no, estudiada o no. La gran deuda que tienen los estudiosos de los medios de comunicación en México es el nunca haberse interesado realmente por intervenir en la política pública educativa y ofrecer una educación hacia los medios, y es así que vemos con tristeza gente que comparte mapas infográficos con información errónea, o diga que el gobierno de AMLO “apoyó” a Maduro.

Esta triste situación requiere muchas líneas de acción y trabajo, pero es muy importante señalar algo fundamental. La lección popular “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” esconde una cerrazón de opciones binarias, en las que cae cualquier “letrado” que nos topemos en redes sociales que apoya a Guaidó sólo por ser oposición, ignorando que detestables personalidades como Trump o Bolsonaro han expresado su apoyo total. El enemigo (Guaidó, y con él el bloque del fascismo a la Trump y Bolsonaro) de mi enemigo (Maduro y su dictadura), ¿es mi amigo?

Más bien, hay que asumir que “el enemigo de mi enemigo NO es mi amigo”: no es posible que con tal de ir contra una opción detestable, deba hacer migas con opciones aberrantes, aunque sea “momentáneo”, pues la conclusión es que nada me terminará diferenciando de ese bando al que me adscriba.

Esto lo vimos en las lamentables alianzas electorales, donde las más viles figuras fueron el PAN y el PRD, este último traicionando sus raíces históricas y siendo el mayor perdedor. Asumieron la idea de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, y el problema con ello es que no se dieron cuenta de que ellos se volvieron el enemigo también, se volvieron aquello que juraron destruir, se volvieron una dolorosa opción que demostró nuevamente el impasse de la democracia liberal.

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