El fin de la inteligencia en México (II)

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Los años sesenta y setenta fueron años en que artistas poco originales, pero que aprovecharon la irrupción del mercado musical norteamericano, se hicieron populares cantando los “singles” que de antemano ya eran un éxito en Estados Unidos. Hablamos de César Costa, Enrique Guzmán, Angélica María, Alberto Vázquez y un gran etcétera, además de agrupaciones como los Teen Toops, Los Locos del Ritmo, Los Rebeldes del Rock…impulsados también por una televisión que comenzaba a irrumpir en los hogares mexicanos y que fue la que catapultó su popularidad.

En la pintura estos años fueron los de la “Ruptura” creada por José Luis Cuevas, pintor que desde entonces encabezó un movimiento contra el muralismo nacionalista, abogando más por una “pintura efímera”, libre y creativa ajena al yugo institucional. Aparecieron pintores (todos jóvenes) que detrás de Cuevas significaron el contrapeso de nuestra identidad.

Sin embargo, y luego de estas décadas a las que podríamos llamar buenos años, los ochenta fueron años de desgaste, acompañados de una política populista y neoliberal que equivocaba el destino de una República que perdió su vigor y su visión cultural. Ante la pérdida de sus mejores valores del pasado, el cine mexicano se convirtió en una mera caricatura de sí mismo. La televisión optó también por convertirse en un mero negocio como industria de la distracción, arraigada en la subcultura del entretenimiento a través de las telenovelas, las parodias anodinas y los programas de concurso. Ha sido hasta hoy la manera más sutil de engañar la inteligencia y anestesiar la voluntad del mexicano que, sin embargo, es quien paradójicamente decide mirar o no mirar lo que no lo ilustra, lo educa ni lo cultiva.

Pero lo más significativo y que es precisamente lo que da nombre a este artículo fue el grupo de intelectuales que desde Vasconcelos y Alfonso Reyes se generó en cada parte y latitud de nuestro país, dando pie a un movimiento literario (creador y crítico) sin precedentes. Autores como Salvador Novo, Javier Villaurrutia, Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Octavio Paz (entre varios más) le dieron genio y figura al Siglo XX. El siglo, también, de nuestro primer y único Nobel mexicano: Octavio Paz, quien obtuvo este reconocimiento en 1990. Esta generación de intelectuales sin duda marcó el rumbo no solo intelectual, sino cultural y educativo, y en muchos sentidos político de nuestro país. Algunos de ellos fueron diplomáticos y embajadores, como Octavio Paz en la India y Carlos Fuentes en Francia, que le daban lustre y estatura a nuestra política extranjera.

Pero para los años de 1990 y ante una política más rapaz que inteligente, los intelectuales dejaron de tener voz y voto en el desarrollo social y cultural de México. El rechazo por sus ideas se fue haciendo cada vez más evidente en la pugna y los intereses de partidos que buscaron a toda costa beneficios económicos y de poder, sin importar la corrupción ni el cinismo.

Quizá fue la muerte de Octavio Paz en 1998 lo que determinó y definió el fin de una generación y una época en nuestro país; el fin de la inteligencia en México. Prócer y guía, Octavio Paz era como una especie de gurú y guía intelectual; gestor, fundador y organizador de revistas literarias (Barandal, Vuelta), proyectos editoriales y programas televisivos que llegaron a proyectarse a nivel continental (México en la Obra de Octavio Paz). Pero también Octavio Paz fue un intelectual incómodo para cofradías y grupos de políticos y pseudointelectuales que envidiaron siempre su posición y distinciones mundiales, y que significaba menos atención para ellos.

Luego de un despliegue de tanta inteligencia en años que sin duda siguen siendo la simiente de nuestra identidad como mexicanos, y por lo que otros países latinoamericanos y europeos nos reconocen; México quedó vacío, hueco y varado en un proyecto de nación que ha perdido lo mejor de sí mismo y se encuentra hoy solo ante dilemas políticos, sociales, económicos y de salud que lo determinan bajo el estigma de sus valores perdidos (la inteligencia de sus intelectuales).

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