El Salvador en El Salvador

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

En febrero de 2020, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele irrumpió en el recinto de la Asamblea Nacional escoltado por policías y militares armados para “pedir” que se aprobara un crédito que había solicitado para la viabilidad de su gobierno al otro poder constituyente de la república: los diputados. Recorrió el pasillo central con su séquito y tomó la primera tribuna del país para dirigir una oración pidiendo ayuda a Dios.

A la salida del parlamento, se dirigió a la gente que lo esperaba, agitando el caldero: “Si estos sinvergüenzas no aprueban esta semana el proyecto de control territorial, los volvemos a convocar aquí el domingo para pedirle sabiduría a Dios y le decimos: Dios tú nos pediste paciencia, pero estos sinvergüenzas no quieren trabajar para el pueblo”.

El pueblo, resolvió dar la mayoría a su partido en las elecciones de febrero y el primero de mayo, ante la anuencia de la Asamblea Legislativa destituyó al Fiscal General, así como a los magistrados constitucionalistas de la Suprema Corte de Justicia.

Con esta maniobra, Bukele controla de facto al poder jurisdiccional. En otras palabras, ha obtenido el respaldo del poder legislativo y ha secuestrado el poder judicial, lo cual le brinda un poder prácticamente absoluto en la vida política del país centroamericano.

Bukele goza de una amplia popularidad, pese a dichas medidas y grandes sectores de la población muestran su beneplácito en las calles, así como también en las redes sociales virtuales, en las cuales tiene una intensa actividad.

El fin de semana, Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, en su cuenta de Twitter escribió “Nos preocupa profundamente la democracia de El Salvador, a la luz de la votación de la Asamblea Nacional para destituir a los jueces del tribunal constitucional”.

El presidente salvadoreño respondió: “A nuestros amigos de la comunidad internacional: Queremos trabajar con ustedes, comerciar, viajar, conocernos y ayudar en lo que podamos. Nuestras puertas están más abiertas que nunca. Pero con todo respeto: Estamos limpiando nuestra casa… Y eso no es de su incumbencia”.

Como se sabe, una de las promesas de su campaña fue terminar con la corrupción de regímenes anteriores y ha justificado las destituciones ejecutadas hasta el momento como una condición necesaria para poder sentar las bases de su proyecto. Aunque, por otra parte, es de conocimiento público que el año pasado, a propósito de la crisis de la pandemia del COVID19 había hecho públicas sus diferencias con los opositores que removió el fin de semana.

Ante las críticas por la nueva conformación del Estado a nivel internacional, Bukele ha amagado con seguir destituyendo funcionarios a quienes llama corruptos y vincula con gobiernos anteriores.

Salvadas las proporciones podríamos afirmar que un fantasma recorre, cíclicamente a Latinoamérica, el fantasma del caudillo liberador, que, de cuando en cuando reaparece en una u otra forma en un continente acostumbrado a los golpes de Estado, las dictaduras y la política de populismos.

Desde Latinoamérica seguimos esperanzados en tener un prócer que, escriba, ayudado del dedo de Dios, la historia de nuestros respectivos pueblos, como parte de un destino ineludible. Creemos que la política es solamente cuestión de voluntad y que la resolución de nuestros problemas más agudos siempre ha sido obstaculizada por la democracia, nos fascina la idea de un hombre fuerte con autoridad que llegue a poner el orden en todos los ámbitos, cuando nuestra apuesta debe ser por las instituciones.

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