Por: Gerardo Novelo
Imagine: Pone su noticiero favorito y ve al presidente declarar que le gusta comerse los mocos. El presidente que quiera, el que le caiga peor: actual Peña, electo AMLO, Anaya en un universo alterno, Trump si no quiere pensar mal de nuestros políticos… Visualice al supremo mandatario usando los canales oficiales para hacerle saber a la nación y el mundo que las excreciones de su sistema respiratorio son un manjar gastronómico.
¿Ya? Ahora visualice la respuesta mediática y social. Las ácidas críticas en redes sociales. Los comentaristas políticos intentando hacer sentido de las declaraciones. Los insultos, los ataques y las defensas: “¿Y qué? Tiene el derecho”.
Estas hipotéticas declaraciones existen en el umbral entre lo legal y lo correcto. Retan la apócrifa lógica que impone legalidad y rectitud sinónimos. Si está mal, entonces es ilegal. Si es legal, entonces no puede estar mal.
Y sin embargo, nuestro hipotético presidente comemocos evidentemente hizo algo malo. Sus palabras son impertinentes, poco profesionales y antihigiénicas. No es lo que debería decir un adulto, mucho menos un líder mundial. Es casi tan malo como entrevistarse con Chumel Torres. En efecto sus palabras y actos están protegidas bajo el velo de la libertad, pero eso no las hace correctas ni prohíbe cuestionarlas.
Criticar no es lo mismo que atacar legalidad o llamar a penalización. En consecuencia, “tengo el derecho” es una terrible, terrible defensa para un argumento.