Por Gerardo Novelo
Nadie lo esperaba y toos lo veían venir. El hombre tenía 95 años y recién había visto partir a su compañera de toda la vida. Es francamente sorprendente que haya caminado en este plano por tanto y para tanto. Y la noticia nos pegó a todos como si no supiéramos que era cuestión de tiempo.
Su vida fue a veces turbia. Santificarlo es un error, como lo es para cualquier otro. Por más creativas y exitosas que sean, las personas siguen siendo personas. Son roles a seguir en la medida que se admire lo que les hizo admirable, sin idolatrar u obviar al individuo detrás.
Reconocer los ángulos crudos no es sólo importante, es necesario para mantenerlo aterrizado.
Pero bueno. Él —y digo esto con todo el debido reconocimiento a Kirby y Ditko— era un genio para el negocio creativo. El toril Marvel se definió en torno a su habilidad para repartir ideas y permitir que la creatividad florezca (y, sí, también a su predisposición por adjudicarse el crédito de esa creatividad).
La Casa de las Ideas, como él mitificaba a las oficinas bajo su dirección, redefinió, por décadas y casi por sí misma, a un medio entero. Pocos pueden presumir que dirigieron el rumbo de una forma de expresión.
Casi religiosamente esperábamos que su rostro se asome por la pantalla. No tenemos por qué extrañarlo; su toque sigue ahí, como siempre ha estado.
Dicen que tal vez el mayor cameo que alguna vez hizo fue el pequeño papel que desempeñó en nuestras vidas. Hasta siempre, Stan.