Historia de farmacias y médicos en Mérida

A la Escuela de Farmacia, fundada en 1880, se une el nombre del doctor Joaquín Dondé Ibarra, quien contribuyó a la integración de la sociedad médica farmacéutica; Sal Dondé, una de sus aportaciones

En las primeras décadas del siglo XX sólo había en Mérida expendios de venta de medicamentos a los que la literatura llama farmacias, pero en el lenguaje popular de entonces se les conocía como boticas. Los medicamentos, en su mayoría, se preparaban a base de recetas. Eran los tiempos del Jarabe Yodotámico, el Elixir Peregórico y otros que se despachaban según receta del facultativo.

En la obra “La Farmacia y la Medicina en Yucatán”, que se editó para conmemorar el aniversario 50 de la Fundación de la Droguería y Farmacia Canto, y cuya coordinación editorial estuvo a cargo de Felipe Escalante Ruz y de Carlos Canto Canto, se destaca que a la Escuela de Farmacia, fundada en 1880, se une el nombre del doctor Joaquín Dondé Ibarra, quien contribuyó a la integración de la sociedad médica farmacéutica.

Una de sus preparaciones aceptadas en el mundo científico fue la llamada “Sal Dondé”, que se utilizaba mucho contra las lombrices, que fueron el azote de la niñez debido a la falta de agua potable en la entidad y a la contaminación por los huevecillos de los parásitos intestinales de los pequeños que gateaban casi desnudos.

Casi todos los medicamentos pertenecían a la farmacia galénica, sustancias sólidas en polvo o líquidos, partes de vegetales que servían como materia prima para la confección de recetas magistrales, y las oficinales que se preparaban en cantidades e incluso de reserva en las oficinas de las farmacias llamadas, entre nosotros, dispensarios, y que se situaban aparte de los mostradores de atención al público.

En el mismo dispensario se contaba con una libreta de grandes proporciones en la cual se asentaba la numeración de las fórmulas, el nombre del doctor, la composición íntegra de las prescripciones y el modo de aplicación con las dosis respectiva. Si el medicamento era porción gomosa, la etiqueta se ponía en la parte superior y otra más pequeña con la leyenda “agítese al usarse”. Entonces ya había medicinas en ampolletas que se aplicaban en forma de inyecciones hipodérmicas intramusculares o endovenosas

Había farmacias, sobre todo del centro de la ciudad, donde era normal y casi diaria la preparación de más de un centenar de fórmulas magistrales. El único inconveniente era el tiempo que debía esperar el cliente. Aunque a muchos, a solicitud del interesado, se les remitían las medicinas a domicilio como hasta hoy que sólo se expenden productos de patente.

Los muchachos repartidores tenían un nombre simpático pero poco adecuado a su oficio: se les llamaba “voladores”, quienes servían los medicamentos a domicilio, generalmente a bordo de una bicicleta.

En ese entonces la farmacia con mayor prestigio surtido y clientela en Mérida era la “Urcelay”, ubicada en céntrica calle de la ciudad y cuyo responsable era el químico farmacéutico Martín Medina Rosado, quien también era director de la facultad de química y farmacia, y además propietario de la botica “San José” ubicada en el cruzamiento de las calles 65 por 62 de Mérida.

Era común que en cada farmacia tuvieran su consultorio uno o dos médicos, cuyas recetas se despachaban casi siempre en la misma botica, de modo que en el barrio de Santiago, donde funcionaban las farmacias Francesa y La Paz, por la noche se celebraban animadas tertulias entre los galenos del lugar, visitantes e incluso amigos del rumbo.

En la “Farmacia Montejo” del parque de Santa Ana, los médicos se trenzaban en discusiones, pues unos opinaban que Adolfo Hitler dominaría el mundo y otros que lo colgarían los aliados.

Entre los médicos más conocidos que participaban en las reuniones se recuerda a Álvaro Pereira, Eduardo Pinkus, Pedro Villalobos, Otilio Villanueva, José D. Evia y Augusto Esquivel Rendón, entre otros.

Texto: Manuel Pool Moguel

Fotos: Cortesía

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