La despedida silenciosa

CARLOS HORNELAS
carlos.hornelas@gmail.com

En la más complicada ceremonia de transferencia de poder, en Estados Unidos, la tensión crece, con una extraña calma que acompaña el silencio autoimpuesto en los últimos seis días al presidente de los mensajes incendiarios.

Evitando todo contacto con el público, en la soledad de los muros de la Casa Blanca, se despide Donald Trump. Aquel, que nunca tuvo problemas para expresar cuanto pensaba sin límites de ninguna especie. Aquel, que convirtió Twitter en su púlpito personal, desde el que vociferaba y señalaba con su dedo flamígero. Ni un mensaje.

Sin duda alguna pasará a las páginas de la historia de su país, como se lo había propuesto, pero no será recordado como el quería: no fue el mejor presidente para Estados Unidos ni logró que América fuera grande otra vez.

Será recordado como el único presidente que hay pasado por un juicio político (impechment) en un par de ocasiones, la última de las cuales podría resultar en la remoción de sus posibilidades por ocupar cargos de elección popular en el futuro, negando, de esta manera, su anhelo de repetir como contendiente en la carrera presidencial, aún a pesar de sus últimas palabras: “Este movimiento apenas está empezando”.

Tras la puerta, un alud de asuntos legales esperan al célebre personaje, que abarcan acusaciones por acoso sexual, fraude y hasta evasión de impuestos. Hasta ahora la investidura presidencial había impedido el curso de estas imputaciones, sin embargo, a partir de hoy será un ciudadano común y corriente y tendrá que responder por cuanto ha sido señalado. Parece que en algunos casos se había olvidado de su lema de “América Primero” y habría incurrido en una serie de conductas que le habrían favorecido económicamente. A pesar de que algunos columnistas han destacado la precaria situación de muchas de sus empresas.

Hay quienes afirman que aún tiene un as bajo la manga y que se habría preparado firmando, en la última semana, una serie de indultos para sus colaboradores más cercanos y en un ejercicio extremo y cuestionable de esa facultad, también para sí mismo.

La polarización política, el imperio de la mentira, el cinismo como moneda de cambio, la fabricación de “Fake News”, el acoso a la prensa, la amenaza como mecanismo de negociación, la incredulidad por la ciencia y los expertos, el desprecio a otras formas de expresión, los visos de racismo, la intolerancia con otras culturas, la criminalización de los migrantes, el desdén por los tratados internacionales, la misoginia y el culto a la personalidad, como elementos mínimos de su mandato, se tirarán en el basurero de la historia.

En cuanto a su “legado”, Biden ha dicho públicamente que se propone borrar todo cuanto Trump se había dedicado a construir durante su mandato. La última vez que hubo un presidente demócrata en Estados Unidos nos distinguió con dejarnos sin embajador ocho meses, para luego nombrar en el cargo a un experto en Estados fallidos. Obama ha sido el mayor deportador de mexicanos en la historia de ambas naciones.

Porfirio Díaz, a bordo del Ipiranga, que lo llevaba al exilio, exclamó “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.

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