La normalidad del QR

CARLOS HORNELAS
carlos.hornelas@gmail.com

Cada día nos acercamos más al momento en el cual nuestra vida dentro y fuera de la red se encuentre totalmente sincronizada, de tal modo que, una pueda ser el fiel reflejo de la otra. La interconexión de dispositivos de diversa índole está pavimentando la transición y vinculando su funcionamiento.

Así sucede, por ejemplo, entre las cámaras de videovigilancia y los teléfonos celulares que cargamos con nosotros todo el tiempo. Su integración permite conocer el paradero de cualquier persona en segundos.

En China se sacó ventaja de esta sincronicidad durante la primera parte de este año para monitorizar las personas que podían representar un riesgo de contagio y contener la pandemia. A través de una aplicación de código QR, el gobierno podía dar cuenta en tiempo real de cada uno de sus ciudadanos: saber su ubicación precisa, sus trayectorias, sus horarios, con quienes se ha relacionado y con quienes ha tenido contacto.

Esto posibilitó saber quienes violaban la cuarentena de dos meses que se dieron de plazo para “aplanar la curva de contagios” y frenó la dispersión del virus.

El código QR es solicitado en China para el ingreso a todos los servicios públicos, desde el transporte hasta la vivienda de cada persona que además de servir de identificación es un expediente sanitario virtual que evidencia la condición de salud del portador.

A través de este mecanismo se contuvo el movimiento de personas entre áreas de la ciudad, pero también entre ciudades, provincias o países. El código QR ha remplazado el uso de efectivo, la impresión de boletos, menús, avisos, y hasta las bolsas de basura, pues el gobierno las provee con una impresión que permite saber quien las compra y cómo las usa. Como es de esperarse en caso de que se disponga mal de una de estas bolsas uno puede recibir la multa respectiva.

Cabe mencionar que, debido a la naturaleza de su gobierno, la aplicación se debe instalar obligatoriamente en cada teléfono y autenticar a cada usuario. Los ciudadanos tienen la obligación de actualizar sus datos todos los días a través de cuestionarios, lecturas de temperatura y verificación a través del rostro, para contar con información fiable y transparente que permita el control social. Nada escapa al ojo cibernético, al ojo del partido comunista. Todos dejan un rastro que puede ser recorrido en sentido inverso para localizarles, física y virtualmente.

Este sistema choca directamente con las leyes de protección de datos personales vigentes en países occidentales que aseguran la intimidad de las personas. Se trata de disposiciones que atentan gravemente contra los derechos humanos, que sirven de justificación a medidas restrictivas de movilidad social, de segregación o simplemente de confinamiento.

Es cierto que disminuyó el contagio, permitió una reapertura más ágil, disminuyó las actividades delincuenciales, pero también han desaparecido activistas, promotores de los derechos humanos, informadores y políticos. Es el otro lado de la moneda.

¿Qué pasaría si acaso se implantara una medida de este tipo sin ser tan restrictiva? ¿podríamos confiar ciegamente nuestros datos en tiempo real a cualquiera de nuestros gobiernos, a nivel municipal, estatal o federal?

Por lo pronto, Eduardo Clark García, director de la Agencia Digital de Innovación Pública de la CDMX anunció que a partir del 18 de noviembre empezará a funcionar una aplicación de código QR en esa demarcación, con la cual podrán dar cuenta de la dispersión de los contagios a partir de un registro previo que cada usuario deberá hacer al entrar a gimnasios, bares, restaurantes cines, teatros, centros comerciales y demás lugares de concentración de personas. Esperemos pueda ser lo suficientemente útil para contener la pandemia y regresar a la “normalidad.”

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