La Pasión y Muerte de Cristo fue un acto de misericordia, señalan

El arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, señaló que la Pasión de Cristo, que inicia con el Domingo de Ramos, es todo un acto de misericordia, pues la muerte de Jesús nos redimió de los pecados.

En un primer mensaje, en la Rectoría de Santa Lucía, Rodríguez Vega dijo que el Domingo de Ramos recuerda la entrada de Jesús a Jerusalén y la forma en que fue aclamado por los hombres, mujeres y niños.

Invitó a los feligreses a unirse a la procesión desde ese lugar hasta la Catedral, en el que cientos de católicos acompañaron la imagen de Jesús montado en un burro, tal como entró a la ciudad sagrada hace más de dos mil años.

Aseguró que los hombres, mujeres y niños que aclaman al Señor Jesús son personas de fe.

—A los políticos y funcionarios los aclaman personas que tiene intereses terrenales, pero a Jesús lo aclaman hombres, mujeres y niños de fe. Nadie está aquí por un premio en la tierra—recalcó.

En un mensaje, previo a la procesión, indicó que la idea es acompaña a Cristo en el inicio de los sacramentos prepascuales, en la semana en la que entregó su vida para salvarnos.

Más tarde, en la misa de la Catedral, el pastor de la iglesia católica en Yucatán recalcó que el Señor padeció por nuestros pecados durante su Pasión y Muerte, pero aún en esos momentos se dio tiempo de ser generoso con los que sufrían por Él.

Tras la lectura del Evangelio de San Lucas, en el que se describe la muerte de Jesús, Rodríguez Vega destacó la misericordia, que está presente en el sacrificio del Salvador.

—Primero fue en el Huerto de los Olivos, en donde evitó que un discípulo agrediera a un guardia de seguridad, e incluso, le restituyó una oreja que se la habían cortado. Esa fue una acción de misericordia porque la misma acción le permitió a esa gente se arrepintiera, aunque no lo hicieron—contó.

Así nosotros, dijo, debemos tener misericordia con nuestros enemigos y reparar, en la medida de lo posible, las heridas que tengan.

El segundo momento especial, continuó, es cuando Pedro negó a Jesús y cantó el gallo. “En lugar de recriminarlo, el Hijo de Dios solo lo miró, permitiendo un verdadero arrepentimiento expresado en el llanto de Pedro. Fu una mirada de misericordia porque aquella mirada inspiró a Pedro para sentir confianza en el Señor. Hay llantos y lágrimas que nos hacen bien, que nos purifican”, afirmó.

Texto y fotos: Esteban Cruz

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