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Si no se ha dicho mil veces, no se ha dicho ninguna. El clamor de la sociedad es unánime: los partidos políticos reciben demasiado dinero. Miles de millones de pesos. La democracia tiene que dejar de ser una virtud cara y elitista para volverse una cotidiano y económica, basado en los valores que sí nutren, que sí abonan: honestidad, austeridad, y sobre todo, resultados.

Así, por enésima vez, las empresas, esta vez a través de José Antonio Loret de Mola Gómory, llaman a cambios con un argumento tan claro como evidente: hay muchas otras necesidades en el país, como para estar gastando carretadas de dinero en los partidos políticos, una verdad que, luego del temblor en la CDMX, fue incuestionable.

Por supuesto, ¡qué extraño!, los únicos que se oponen a la medida son los propios partidos políticos, quienes argumentan desde necesidades de capacitación hasta el cinismo de no poder garantizar que se obtengan recursos de manera lícita para su sostenimiento, como si la legalidad y la legitimidad fuera hábitos opcionales.

Así, queda claro que las iniciativas para, al menos, reducir y optimizar la cantidad de recursos económicos que se les entrega no vendrán de nuestros ilustres políticos. Ni siquiera estamos seguros de que Morena obedezca la instrucción o sugerencia del Presidente para devolver, al menos, la mitad del financiamiento.

Lo cierto es que si quieren dinero debería, al menos, ganárselo con criterios puntuales que establezcan un mínimo de productividad: ¿Gestiones realizadas? ¿Iniciativas presentadas? ¿Acciones de responsabilidad común?
Los politólogos y analistas podrán brindar, con seguridad, rúbricas más elaboradas que nos permitan medir mejor la labor de los partidos políticos.

Lo mínimo es que se ganen con trabajo, honestidad y responsabilidad ese dinero.

Lo máximo sería que esa iniciativa viniese de ellos.

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