La violenta ciudad de la paz

Por Sergio Aguilar

Lo acontecido en la Cumbre Mundial por la Paz que se celebra estos días en esta ciudad, la ciudad “de la paz”, demuestra que el origen de todo proceso de paz o de todo orden pacífico es violento.

Esto nos quedó claro desde julio de 2011, cuando aquella infame glorieta nombrada como “de la paz” fue construida bajo un acto de represión policíaca (prueba de que toda la ciudad de paz necesita un violento acto fundacional). El punto es reconocer esto y no intentar negarlo.

El día de ayer, activistas que luchan a favor de los derechos negados a la comunidad LGBT fueron cobardemente expulsados y se les negó su derecho ciudadano a formar parte de un espectáculo grosero pagado por nuestros impuestos para lucimiento del payaso gobernador que tenemos en esta administración.

Ya habíamos platicado en este espacio que en la República del Panuchito es más importante ceder a la paranoia de gastar miles de millones de pesos del erario público en cámaras de seguridad y en la cuasi-militarización de la entidad antes que permitir que dos hombres se casen.

Y el psicoanálisis también nos ha dicho una y otra vez que todo orden social es fundamentado en una mentira primigenia, en un acto de fundación violento. Con esto podemos encontrar dos dicotomías:

Por un lado está el orden social pacíficamente violento, que es la ciudad en la que vivimos, donde es muy cierto que el robo a mano armada, el secuestro y el homicidio es mucho menos común que en el resto del país, pero esto no significa que la violencia que se sufre sea menor, en tanto tres cuartas partes de la población de este estado sufren de pobreza, y que somos el segundo lugar en suicidios de México. En una ciudad pacíficamente violenta, la violencia es tan grande que permite la idiotez de ser Cumbre Mundial de la Paz y de celebrar activistas de todo el mundo mientras evita una manifestación de activistas locales. No se me puede ocurrir un ejemplo más obvio de un orden pacífico fundado en la violencia.

Por otro lado, lo violentamente pacífico sería asumir que no hay modo de adquirir la paz sino es a través de la imposición de medidas que son incuestionables. No podemos permitir que nuestra fobia a lo supuestamente antidemocrático nos haga creer que todo debería de ser puesto a consideración de la mayoría, o que se deberían de votarse derechos humanos básicos. Esta obsesión con la democracia termina girando en el autoritarismo que vivimos , que es un autoritarismo muy perverso porque se cree exento de la autoridad misma.

En ese sentido, una ciudad violentamente pacífica sería aquella deseosa de luchar por la paz a costa de lo que sea, y entendería que más vale reconocer la necesidad de la lucha que hacer como si no se ejerciera la autoridad y caer en el juego hipócrita.

 

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