Las redes sociales y la multiplicación del odio

CARLOS HORNELAS

carlos.hornelas@gmail.com

El confinamiento y las medidas de restricción de movilidad en todo el mundo han incrementado el uso de internet y el aumento de los usuarios de las redes sociales virtuales.

Para la prensa, la radio y la televisión, la difusión de contenidos es responsabilidad de la empresa o institución que consiente su emisión. Esa obligación recae directamente en los profesionales que recopilan, editan, producen o comunican dichos contenidos y sobre quienes aplican diversas regulaciones que, de ser transgredidas, les implican multas, demandas, sanciones administrativas o hasta procesos judiciales.

En todo caso, se identifica la fuente de emisión y la especificidad del contenido: puede discriminarse si se trata de una información, opinión personal, juicio técnico o apreciativo de experto, u otros géneros que sean utilizados en función de comunicar de la manera más adecuada en cada ocasión.

Así, hay una comunidad de observadores que monitoriza el quehacer de estos profesionales y les marca una exigencia de carácter técnico, de precisión y de honestidad en el ejercicio de sus funciones.

En el caso de las redes sociales virtuales el “editor” desaparece, pues cada usuario puede subir el contenido que estime conveniente sin reparar en su examen técnico, sin corroborar sus fuentes ni verificar sus interpretaciones, sin aspiraciones de objetividad o imparcialidad. Más aún, en la mayoría de las ocasiones no hay exigencia alguna para su expresión, extensión, profundidad o nivel.

Así mismo, la gran mayoría de quienes publican tiene seudónimo o prefiere el anonimato, diluyendo así su responsabilidad por aquello que divulgan, sin atención a ningún límite profesional, moral o de conocimiento sobre lo que difunden.

Ante el confinamiento que nos tiene físicamente separados y aislados, sin el contacto físico y próximo que teníamos antes de la pandemia, se ha incrementado tanto la pasión con la cual se abordan ciertos temas, como la proclividad a escribir cada vez con mayor frecuencia durante una determinada jornada. Así, el número de “escritores” y de mensajes ha saturado el ambiente provocando una infodemia: escribimos más y nos reunimos, nos comunicamos menos.

La polarización social que se acentúa a la medida que nos acercamos a las elecciones, ha revelado el surgimiento y coordinación de grupos de odio que son verdaderos activistas operando a favor de diversos intereses. Sus contenidos incendiarios funcionan como banderas de guerra que muestran versiones maniqueas de la realidad en la cual solamente hay buenos y malos o conspiraciones de gran envergadura.

La simplificación de sus interpretaciones es bien recibida por quienes prefieren creer en visiones simplistas y propagandísticas de la situación, debido a la escasez de marcos interpretativos que les permitan ser más reticentes a las explicaciones pueriles porque, en todo caso, explotan su emoción y les dan pautas para pensar que “entienden las claves” de cuanto acontece, sin tener formación específica y profunda en cada área. Por regla general desprecian los contenidos con visos científicos por considerarlos elitistas.

Cuando se alerta a las plataformas sobre este tipo de contenido, solamente eliminan el mensaje, más no remueven a los autores anónimos, lo cual “martiriza” a quienes se dicen víctimas de la censura que, con ello, multiplican sus adeptos y sus cajas de resonancia. Es la multiplicación del odio.

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