Los Barrera en Navidad

Obsequio de mi amigo, el abogado Carlos Barrera jure, el “Anecdotario de los Barrera” es un libro que atesoro y que leo una y otra vez cuando tengo algún rato libre, y ahora aprovechando este espacio que Peninsular Punto Medio ofrece para contar historias de familia, transcribo algunos fragmentos de esta obra, específicamente en los que se aborda el tema de la Navidad, y para ello, retrocederemos en el tiempo hasta ubicarnos en la casa de una familia típica meridana de los años 60, en una mañana diferente: la del 23 de diciembre.

Raúl Rosado Barrera, primo del abogado, recuerda que cuando tenía unos siete u ocho años, vivía con ilusión estás épocas en las que esperaba el momento de instalar el nacimiento y el arbolito, para que días después llegara el anhelado día de recibir los regalos y por supuesto los juegos con los primos y hermanos y la convivencia familiar en la casa de la Chichí, (María Concepción Baqueiro Lara), ubicada en el número 320 de la calle 62, muy cerca de La Vencedora, establecimiento que a la fecha existe y en donde en esos tiempos era atendida personalmente por Don Joaquín Gómez Garma, a quien todo el rumbo conocía como Don Quino.       

Precisamente en la víspera de la Noche Buena, La Chichi María enviaba a la Vencedora a Raulito por sus encargos para preparar la cena, y que incluían desde jamón crudo, queso Daysi, mortadela de Manolo, mayonesa y manteca. -Dile a Don quino que mañana me separa el francés y las hogacitas de la Panadería “El Huolpoch”, que sea temprano como a las tres de la tarde– le recordaba la Chichí María al pequeño antes de salir por el mandado.

Al regresar a la casa, la cocina estaba llena de olores que le recordaban a Raulito que era Navidad. Naranja agria, achiote, vinagre, cebolla, chile xcatic, tanto la abuela como la madre de aquel niño, doña Emma se distinguían por ser excelentes cocineras, y entonces los demostraban al preparar a la pavita (que decía la Chichí María que tiene mejor sabor que el pavo) asada en recado colorado, para lo cual se ponía en una lata y se enviaba directo al horno de leña de “El Huolpoch”, donde “Chel” el panadero, le daba el toque perfecto de cocción.                

Además, la familia preparaba la pierna de cerdo al horno, que se remojaba con abundante jugo de naranja, que se acompañaba con mucho ajo, sal y pimienta, un guiso único en Navidad, sin faltar en la mesa el frijol, cocinado en la hornilla con carbón y después de ser licuado se revolvía lentamente con manteca hasta que tomara su consistencia durita, labor hasta en la que el pequeñito ayudaba. Al día siguiente, la actividad comenzaba con la lavada y trapeada de la casa para que después se sacara la vajilla y los vasos de barrilito (que se guardaban todo el año protegidos con papel periódico y que solo se usaban para esta reunión), se recuerda en el libro del abogado Carlos Barrera, quien retrata la manera en la que los chiquillos se preparaban para ponerse su ropa y sus zapatos “buenos” para estar listos y esperar la llegada de los familiares, que desfilaban trayendo desde refrescos y hielo hasta cervezas y el tradicional Ron Castillo para disfrutar en la amena velada en la que mientras los grandes charlaban de diversos tópicos, los más chicos iniciaban con el ritual de estallar bombitas, barrepies y voladores. Había llegado la Navidad.

Texto: Manuel Pool

Fotos: Cortesía

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