Los límites de la libertad

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

La libertad es un derecho, natural y civil, pero también un deber moral y ético. Quien así no lo entienda, no será libre sino un transgresor de su propio derecho y un inconsciente ante su deber.

Toda libertad de un ser vivo está siempre sujeta a los límites prescritos por la naturaleza misma. Ningún animal, por la condición de su instinto (excepto el hombre), suele sobrepasar estos límites; cada uno reconoce su especie y hábitat, sus posibilidades y los peligros presentes.

Así, un águila reconoce el valle y las montañas para ejercitar sus altos vuelos y disponer de sus nidos. Ballenas, delfines, tiburones y peces han nacido también programados por la naturaleza para reconocer los mares donde habitan. La selva es el hogar de la mayoría de las especies felinas y cuadrúpedos (incluidos los monos) que no rebasan sus límites.

Asimismo, será difícil ver a una gaviota volar a la altura de las águilas o fuera de su entorno marino. Todo animal acuático, aéreo o terrestre queda así sujeto al uso de la extensión de su libertad bajo sus límites.

¿Pero qué pasa con la libertad humana? ¿Cuáles son sus límites?

A los hombres no se nos destinó el aire como a los pájaros o el agua como a los peces, sino la conciencia, el pensamiento, el criterio y el juicio para determinar cuáles deben ser nuestros límites. De tal manera que toda libertad humana queda sujeta a la conciencia de lo que se hace o se dice. Fuera de ella (de la conciencia), toda acción será arbitraria, inmoral, soberbia, irresponsable y desvergonzada.

Aquellos que actúan sin medir las consecuencias de sus actos exponiendo o lastimando a otros con lo que hacen o hablan, no pueden argumentar ser libres, sino estúpidos. El valor de toda libertad siempre va ligada a códigos éticos, a valores morales, civiles o políticos en el entendimiento inteligente y consciente de la comunidad donde se vive; al respeto por el otro (por el prójimo) y la dignidad propia y ajena.

Ninguna libertad humana puede lastimar o disponer de la vida de otro o los otros en el entendido de mentir, denigrar, menospreciar, ningunear, someter o difamar bajo la consigna o el provecho propio de quien así se dice libre para juzgar, engañar, amenazar y ofender.

Dos argumentos míticos pueden ayudarnos a entender su sentido. El primero al que podemos apelar es al mito judío que aparece en el Génesis, primer libro del Viejo Testamento en el que Jehová pide a Adán y a Eva que no coman de cierto árbol prohibido. Dios está naturalmente en potestad de pedirlo o prohibirlo ya que es el padre creador de estas dos creaturas que además protege y cuida dentro del Paraíso. Adán y Eva todo pueden hacer ya que también Dios los dotó de “libre albedrío”, menos ¡comer del árbol! Pero su desobediencia transgrede su libertad otorgada al comer del árbol. Con su justicia, Dios los castiga expulsándolos del paraíso y sentenciándolos a una vida de pena, dolor y trabajo.

El segundo mito y más cercano a nuestra cultura es el “Mito de Prometeo”; personaje griego que en un principio aparece desposeído de virtudes, por lo que los dioses deciden dotarlo de “ingenio” para que éste pueda luchar y sobrevivir junto al resto de los animales que pueden volar, nadar, correr o ser más fuertes que él. Pero también como Jehová con Adán y Eva, Zeus decide probar el reconocimiento y la obediencia de Prometeo. Le pide que inmole un animal para honrarlo. Que la mitad se la ofrezca a él y la otra la reparta entre los hombres. Sin embargo, el astuto Prometeo lo engaña ofreciéndole la peor parte. Zeus enfurece y crea un diluvio que en aquellos tiempos, acabó con la humanidad.

La moraleja de los dos mitos debemos entenderla como aquella parte de nuestra naturaleza humana sujeta a la conciencia y deber de la libertad que se nos ha otorgado, sin menoscabo de la obediencia y entendimiento de actuar dentro de lo éticamente prescrito. Actuar y hacer lo que uno quiere o le venga en gana como Adán, Eva o Prometeo sin duda nos traerá siempre aflicción y tragedia.

El mal uso de nuestra libertad quizá inconsciente, estúpida o temeraria, será siempre el camino equivocado.

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