Mi reencuentro con Baruch

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Baruch Spinoza es un filósofo holandés del siglo XVII, época entre el Renacimiento Humanista y el Naturalismo Científico. Mi reencuentro con él no se debe a una relectura directa de su obra o al azar de una consulta, sino a la casualidad de mi investigación científica sobre la mente humana a través, también, de los más recientes estudios del neurocientífico Antonio Damasio, en su afán de saber más sobre la relación de la mente, el cuerpo y el cerebro, apoyándose en la Filosofía.

Mi reencuentro con el filósofo de los “afectos” a través de sus planteamientos éticos, se lo debo particularmente a mi reciente lectura de uno de los libros escritos por Damsio (En busca de Spinoza; Edit. Paidós. Barcelona, 2011), en el que el autor científico intenta encontrar razones para explicar las emociones y los sentimientos que se generan en nuestra mente.

Damasio indaga no solo en la obra (Ética) de Spinoza, sino en su persona misma, el contexto y la época del filósofo de ascendencia judía, de personalidad mística y solitaria, denunciado y juzgado en algún momento por la propia comunidad judía a la que pertenecía, de manera severa y violenta.

Sin duda Baruch, aunque de condición social adinerada, circunstancia que le hubiera permitido vivir de otra manera o lograr hacerlo en condiciones menos hostiles, social y personalmente, como lo hizo su contemporáneo y de espíritu contrario a sus planteamientos filosóficos, René Descartes, no fue nunca un filósofo carismático y mucho menos reconocido en su época, ni aun muchos años después de su muerte.

Baruch no se llevaba bien con la iglesia de su tiempo; ni con católicos, ni protestantes calvinistas, ni con judíos. Su idea de Dios, en un mundo todavía dominado por la fe religiosa, los rituales, el poder de grupo y la iglesia, era bastante personal e íntima contra toda religión, ritual o credo. Dios –decía- está en la naturaleza misma de nuestro pensamiento y nuestras emociones. Está en todas partes y no especialmente en algún templo, congregación o sinagoga. Es decir, rechazaba cualquier dogma.

Pero lo que Antonio Damasio, como neurocientífico ocupado en ver cómo funciona la mente humana, intenta encontrar en la obra de Spinoza, no es estudiando su dilema teológico, sino sus convicciones éticas, donde Baruch le aporta a la ciencia eso que quizá por mucho tiempo ha estado buscando sobre la función de los sentimientos humanos, sin duda súbditos de nuestro sistema nervioso.

Para Spinoza, por ejemplo –dice Damasio-, existen estados negativos de la psique humana como la angustia, el miedo, la culpa y la desesperación. Tales emociones significan desequilibrio para el organismo. De tal manera que cuando la mente accesa a ellas, el organismo de nuestro cuerpo se enferma.

La alegría (“laetitia” como lo escribe Espinoza en latín) por otra parte, está asociada a un estado mayor de perfección del cuerpo, en el sentido de armonía funcional. Lo que para nosotros, hombres de este tiempo y esta generación, hoy resulta simplemente natural. Las penas matan mientras que las alegrías nos hacen vivir.

De la tristeza puede decirse como lo concibe Spinoza –escribe también Damasio-, que ésta es una forma de gritar en busca de alivio y apoyo con pocas lágrimas. “En opinión de Spinoza la persona afligida por la tristeza queda desconectada de su conatus (voluntad de vivir)”.

Nosotros podemos dividir esto, para entenderlo mejor, en sentimientos buenos y sentimientos malos (negativos y positivos) tanto para el cuerpo como para la mente. Porque para Spinoza (y ahora para Antonio Damasio) la sustancia a la que se refería Descartes que separaba la mente del cuerpo, no existe. Tal sustancia es la misma (sin “dualismos”); tanto para la “res cogitans” (pensar) como para la “res extensa” (materia).

Lo valioso del texto de Damasio quizá sea su afán de volver a situarnos en una filosofía de donde debe partir la ciencia actual, para estudiar de dónde proceden (de qué parte específica del cerebro) los sentimientos. Y cómo es que nuestra mente se activa en el momento mismo de ser estimulada por el cuerpo.

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