Morir en silencio…

Por Miguel II Hernández

Son rostros que hemos visto en las calles pidiendo limosna o vendiendo golosinas y baratijas para sobrevivir; también hemos sabido de quienes viven solos, ya sea por la edad o por enfermedad, olvidados en su desgracia y asumimos que “disfrutan de su soledad”.
Son personajes que se nos olvidan unos segundos después de verlos. Son figuras del silencio, para nosotros, pero que indudablemente también forman parte de esas ciudades donde se les toma como parte del paisaje urbano, que desaparecen una vez que se pasa junto a ellos, perdiéndose en las calles de manera anónima.
Mientras la mayoría pasa el encierro con sus tragedias personales de no poder salir o tener que salir para trabajar, viviendo en ley seca o quejándose del aumento de precio en los productos básicos, en esas calles casi vacías deambulan o esperan con miradas vacías esas personas que duermen en las calles, o que deben salir para encontrar algo de sustento…, pero eso no es una tragedia, es tan cotidiano que a casi nadie le importa.
Para ellos no hay despensa, no hay apoyos, no hay políticos que se acerquen a tomarse las fotos para luego ser subidas a las redes sociales, como una forma de promoción de imagen personal.
Y también están las personas enfermas y/o de la tercera edad, que viven solos, olvidados y pensando en una época cuando fueron puntal, cuando podían decidir, con capacidad para proveerse a sí mismos, sin esperar, tan solo atenidos a sus fuerzas.
En ambos casos tenemos dos muertes silenciosas, la primera al ser ignorados como personas con derechos, al no ser tomados en cuenta, lo cual ya incluso se ha normalizado…
La segunda muerte es física, cuando sin que nadie se de cuenta fallecen en la soledad y son descubiertos hasta que sus cuerpos en descomposición envían ese lamento callado que llama la atención y lleva a descubrir sus cadáveres.
En esta contingencia sanitaria, ya se han registrado casos en Mérida de personas que fallecen en su hogar sin que nadie se de cuenta. Mueren en soledad, mueren en silencio, quizá en espera de que alguien acuda para verlos, con la esperanza de recibir una ayuda inexistente…, entre el olvido y el silencio.
Hay mucho por hacer, pero lo primero es evitar que aflore lo malo, el egoísmo, la histeria colectiva, el miedo destructor, la agresividad y lo irracional. En vez de ello, la colaboración y la sensatez permitirán paliar un poco este periodo de restricciones.
Después de la contingencia la vida continuará, ojalá que no haya motivos para arrepentirse.
Hasta la próxima…

 

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.