Mundo manco

Es muy tentador explicar fenómenos sociales desde las intenciones de alguien(es). En ciertos sectores, cada vez menos: aunque algunos sigan prefiriendo el camino fácil de las teorías de conspiración, creo que ya no es tan políticamente correcto culpar a un villano de los males del mundo. Pero nos tardamos, porque que los problemas son errores y no planes maquiavélicos me parece bastante obvio.

Por otro lado, muchos seguimos pensando que los fenómenos sociales deseables o valiosos,incluso neutrales, sí son el resultado del plan intencional de un benévolo científico social (o varios, o muchos). No parece una idea absurda: es bastante antintuitivo que cosas complejas y ordenadas como la economía, el gobierno o la ética puedan haber surgido “sin querer”, sin que nadie las planeara. Lo interesante es que hay mucha evidencia de que, contra nuestra intuición, este es el caso: La teoría del dinero de Ludwig von Mises explica cómo surgió la moneda sin que fuera necesario ningún acuerdo explícito que fijara un medio de intercambio. Explicaciones similares acerca del nacimiento del Estado actual, sin que nadie lo imaginara previamente, son reconocidas como las mejores. Otros muchos fenómenos sociales menos abstractos, como la “preemanencia intelectual” de los judíos en la academia, son atribuidos a causas no-intencionales, como la de que “un gran número de los hombres católicos más inteligentes por muchos siglos no tuvieron hijos, en contraste con el estímulo dado a los rabinos de casarse y reproducirse” (Nozick, 1974).

Resulta que como humanidad construimos y cambiamos las instituciones y el mundo sin querer, cada uno tomando decisiones individuales sobre nuestra propia vida. No porque no haya gente con intenciones de convertir a la humanidad en algo particular, casi todos tenemos una utopía en la cabeza, sino porque somos tantos, tan diferentes, y las relaciones entre nosotros son tan complejas que ni el individuo más poderoso nos puede organizar a todos (ni a muchos) para que hagan lo que él quiere. Y creo que no estamos conscientes de eso y de sus implicaciones. Pretendemos diseñar el mundo y transformarlo de arriba hacia abajo, construyendo lo que queremos y luego adaptando nuestra vida a esa organización. Tal vez tendríamos que dejar esa soberbia y pensar mejor en qué órdenes espontáneos, qué fenómenos sociales que surgieron “por mano invisible”, no nos gustan, y cambiar como individuos los ciclos y las dinámicas que están en sus orígenes. No pretender diseñar el mundo ideal, creyendo que podemos convencer a la sociedad entera de buscar el orden que preferimos, sino romper las dinámicas individuales que nos parecen incorrectas para así cambiar de forma orgánica el orden actual hacia uno mejor.

O tal vez es ingenuo creer que como individuos podemos cambiar los sistemas dañinos, ya poderosos, solo escogiendo mejor nuestras propias decisiones. Tal vez la única manera de alterar los órdenes espontáneos injustos es desde una imposición de arriba hacia abajo, como regulaciones del Estado. Pero creo que esto sería un malísima noticia, porque cuando decidimos que la única manera de mejorar el mundo es obligando a la gente a tomar decisiones determinadas, justificamos que la idea de mundo ideal de quien sea se imponga bajo el slogan de que la libertad no es justa.

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