Personas que nunca se conocieron

Jhonny Eyder Eúan

jhonny_ee@hotmail.com

Dos personas estaban destinadas a conocerse. Seguramente habrían sido amigos, luego novios y a lo mejor se iban a casar en la playa con cientos de invitados y las olas del mar atestiguando ese mágico momento. Sin embargo, esas personas no pudieron conocerse porque el día pactado del encuentro algo salió mal.

A veces pasa que hasta el destino cambia abruptamente de rumbo y altera los planes de la vida. En este caso, pasó algo evitable, pero como ninguna de las dos personas puede leer o ver el futuro, jamás sabrás lo que perdieron.

Un hombre treintañero arribó a la ciudad para pasar unos días de vacaciones luego de ganarse un viaje pagado en una rifa de su trabajo. Como era la primera vez que visitaba la ciudad, apenas llegó al hotel, dejó las maletas en su habitación y salió a caminar por el centro histórico.

Ya era de noche cuando volvía a su alojamiento. En su camino vio un restaurante de hamburguesas que llamó su atención. Pensaba cenar en el hotel, pero lo original de la decoración de la hamburguesería le hizo cambiar de parecer. Este hombre se sentó en una mesa pegada a la pared y, cuando un mesero se le acercó, pidió una hamburguesa con champiñones y una cerveza artesanal. Lo siguiente fue esperar.

En otra parte de la ciudad una mujer se arreglaba para salir con sus dos mejores amigas. Era lo común los sábados por la noche: cenar, platicar y bailar en algún bar. La mujer ya estaba por irse al lugar de encuentro cuando una de sus amigas le llamó por teléfono para decirle que no iría. Molesta por el desplante, la mujer manejó desconcentrada hasta el bar donde se supone que su segunda mejor amiga estaría esperándola. La rabia estalló cuando la susodicha avisó por mensaje de texto que tampoco podría ir.

La mujer se la pasó dando vueltas por las calles mientras pensaba si volver a su casa o ir a cenar sola. Optó por lo segundo y fue a un restaurante de hamburguesas. Se sentó justo en frente de una mesa solitaria, que hasta hace poco era ocupada por el tipo de los treinta años.

Las dos personas se habrían visto y quizás hayan hablado o cenado juntos, pero el hombre se desesperó porque su hamburguesa no llegaba. Contó los minutos y fueron once de espera sin resultados. Había mucha gente cuando entró al negocio, y los meseros trabajaban a marchas forzadas, pero él simplemente se desesperó y prefirió irse.

Cuatro minutos después de cruzar la puerta, tres mesas más se desocuparon y por eso cuando la mujer entró —un minuto después—  y pudo elegir donde sentarse. Las dos personas cenaron en soledad y al mismo tiempo. Una en la hamburguesería escuchando a The Black Keys y el otro en el anticuado restaurante-bar del hotel donde un joven pianista movía los dedos con excelsa belleza.

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