Sin oposición aparente

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

En el pasado, desde hace 18 años, Andrés Manuel López Obrador había sido el candidato eterno a la presidencia de la República. Mantenía su popularidad y establecía su agenda en oposición directa y franca hacia quien estuviera en el poder. Su propia figura en la escena política era un referente para establecer comparaciones, debate o polémica en torno a sus declaraciones y sus críticas al poder.

Llegado a la silla presidencial ha gozado, hasta el momento, de librar solo rounds de sombra. No se distingue, no se destaca una personalidad que sea capaz de generar un polo de atracción hacia su imagen y que se convierta en un emblema contestatario, que tome como suyas preocupaciones de los inconformes con el gobierno y sirva de medio para encauzarlos.

En los sexenios priístas, a estas alturas del partido, los secretarios del gabinete hacían ver sus cualidades y se disputaban el favor del señor presidente para ganar la nominación. Se hablaba abiertamente en la prensa de sus virtudes y defectos y se trataba de pronosticar quien sería “el bueno”.

Durante décadas los priístas, quienes tenían el poder en las manos, se posicionaban en torno a las declaraciones o propuestas de figuras políticas con las cuales establecían una suerte de confrontación “cara a cara”. Es decir, había candidatos de oposición fácilmente identificables por el electorado a quienes, al menos simbólicamente se les dotaba de peso específico en la contienda presidencial.

En la actualidad a más de uno le costará trabajo ubicar a personalidades de cada partido quienes pudieran tener la presencia mediática, la popularidad, el arrastre y la desenvoltura para servir de contrapeso al presidente. La caballada está flaca.

Ante la proximidad de las elecciones cada vez es más evidente que vivimos una crisis política. Si efectivamente los partidos políticos no han logrado hasta ahora sentar la imagen de un contrincante en la cabeza del electorado, dos problemas asoman a la vista: la falta de liderazgo y la escasa formación de cuadros políticos. Y aunque no se trata de una elección presidencial, fijar un punto de referencia en la mente de los votantes ayuda a distinguir las diferencias.

Mientras Morena se ha formado de la agrupación de diversas fuerzas políticas sin identidad ideológica, el pragmatismo ha permeado al resto de los partidos políticos y la coalición “Vamos por México” solo ha mostrado que su falta de creatividad y su impotencia por generar nuevas propuestas políticas se ha reducido a dormir con el otrora enemigo en la misma cama. Es decir, ha terminado por hacer lo mismo que critica en Morena: juntar a cuantos puedan de la manera que sea para tratar de arrebatar algo en las elecciones. Lo cual demuestra que tampoco hay plan a largo plazo.

Tratemos de explicar esto a un extranjero: Morena congrega a quienes antes eran militantes del PRI, PAN y PRD, mientras “Vamos por México” y su “voto útil” congrega al actual PRI, PAN y PRD que quedaron fuera de Morena.

De acuerdo con las encuestas publicadas sobre la intención de voto los únicos dos ganadores en cuestión de adeptos serían el PRI y el PVEM que aumentarían su presencia en el Congreso. A esto hay que sumar que en algunas localidades las elecciones se disputan fuera de las casillas y los asesinatos de los candidatos de diversas fuerzas políticas ya tiñen de rojo estos comicios.

Los gobernadores, los actuales y los entrantes pueden representar ahora, más que los propios partidos la oposición en el ámbito político, lo cual aleja de la ciudadanía la posibilidad efectiva de decisión en la democracia. Y en un apunte final, el Partido Encuentro Social (PES) empieza a llenar sus listas de candidatos con militares en retiro convencidos que hay que poner un límite al crimen organizado y “re-ordenar” el país.

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