Tenemos que hablar sobre James Gunn

Por Gerardo Novelo*
gerardonovelog@gmail.com

* Estudiante de Comunicación. Pasa mucho tiempo pensando en cocos y golondrinas.

Si no viven bajo una piedra, se han de haber enterado del indecoroso despido de James Gunn por parte de Disney. Al guionista y director de Guardianes de la Galaxia y su secuela se le arrebató la oportunidad de participar en la tercera parte tras el surgimiento de tuits controversiales que hizo hace una década.

Bueno, más o menos. “Surgimiento” no es la palabra correcta, pero es la que usan la mayoría de los medios. Más bien fueron desenterrados como campaña sucia contra el cineasta tras haber criticado a Donald Trump en Twitter. La campaña funcionó.
Antes de que me tachen de apologista: los tuits por los que despidieron a Gunn fueron de lo más inapropiados. Bromeó repetidamente sobre violar menores. Se pasó de la raya y punto.

Tampoco voy a caer en decir que “solo fueron chistes”. Nada existe en una burbuja. Esos tuits están sumergidos en un contexto social y cultural en el que normalizan la violencia sexual hacia menores.

La cosa es que el despido no fue por eso. ¿Creen ustedes que el ratón que todo lo sabe no sabía ya de esos tuits antes de contratar a Gunn? ¿No se habrán enterado de su ácido sentido del humor al ver las películas que hizo antes de unirse al equipo Marvel?

Estos tuits no son noticia para Disney, ni deberían serlo para el público. No son un pasado escondido; estaban a la vista de todos, así como lo está el hecho de que en diez años Gunn evidentemente ha cambiado.

Blogueros y tuiteros manufacturaron un escándalo alrededor de Gunn y lo tacharon de pedófilo para desprestigiarlo y atraer la atención de sus jefes. Se salieron con la suya: Disney mordió el anzuelo.

Detrás de la campaña sucia está, por admisión propia, Mike Cernovich: personalidad de alt-right, colaborador en el nido conspiratorial InfoWars y promotor de noticias falsas. Este hombre lidera una cruzada por manchar la reputación de personalidades mediáticas que critican a Donald Trump. James Gunn no es el primero, pero sí es el más notorio.

Su modus operandi es casi mecánico. Cernovich y su tipo buscan trapos sucios de periodistas y famosos que se oponen a Trump. Aunque las bromas y tweets tengan casi una década de antigüedad, fingen indignación moral y las presentan como evidencia de pedofilia.

Después de tener éxito con Gunn y Sam Seder, Cernovich y su legión de trolls van contra Sarah Silverman y Patton Oswald. Estos no son casos aislados, sino interaciones de un patrón moralista que repite el alt-right para manchar a sus oponentes.

Para ser tan políticamente incorrectos como presumen, esta derecha alterna parece muy preocupada por arbitrar sobre qué es apropiado bromear y qué es ofensivo, ¿no?

Y sí: podemos, como él, jugar al ad hominem. Cernovich cree que la violación es un mito y que el Partido Demócrata estadounidense maneja una operación de prostitución infantil, entre otras tantas noticias falsas. ¿Podemos confiar en él como eje de lo que es correcto y lo que no?

¿Recuerdan cuando Trump presumió cuánto disfruta asomarse por los camerinos donde se cambian las menores competidoras de Miss Teen USA? Cernovich no recuerda o no le importa. Al parecer, las insinuaciones pedófilas sólo indignan cuando se pueden usar para desacreditar a críticos del führer naranja.

A Gunn no se le puede defender por sus tuits, pero sí por el contexto de su despido. Fue desprestigiado por atreverse a criticar a un presidente de lo más criticable. Disney no pensó dos veces antes de ceder al berrinche de trolls. Esta vez, la cínica manipulación de la indignación pública triunfó.

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