Tiempo familiar

Está en cines ahora la película “Tiempo compartido”, del cineasta mexicano Sebastián Hofmann. En ella, un matrimonio joven y su hijo pequeño rentan un cuarto en un hotel todo incluido para sanar heridas emocionales recientes y una separación que tratan de reconciliar. La noche en la que llegan toca la puerta otra familia, y por haber sobrevendido las habitaciones, tendrán que compartir con estos extraños sus vacaciones. La esposa Eva y el hijo apodado Ratón se la pasan muy bien con sus inesperados inquilinos, pero el esposo Pedro será puesto a prueba de modos cada vez más duros.
Lo que invita la película tan inteligentemente es a pensar en el tema de la familia. Hay varias que se aluden directamente: la de Pedro, Eva y Ratón, una familia joven que trata de reencontrar el cariño que sentían entre sí; la familia inquilina que viene a usurpar su privacidad con sus modales toscos y extraños comentarios; la familia de Andrés y Gloria, trabajadores del hotel cuya relación está a punto de quebrarse por completo; y la familia Everglade, el conglomerado internacional que acaba de adquirir el hotel y está implementando una nueva administración. En todos los casos, la familia es sumamente disfuncional.

Así, Eva apenas deja que Pedro se le acerque, Andrés y Gloria no logran sanar una tragedia personal, y la compañía trasnacional ignora las individualidades con tal de sacar el mayor provecho económico a expensas de sacrificar la dignidad y la privacidad. Irónicamente, la única familia que parece ser feliz es la de los que se comportan como simios, y de los que al final de la película, nos enteraremos de un secreto muy particular.
“Tiempo compartido” es interesante porque nos hace ver cómo no hay límite al juego con nuestros deseos al intentar vendernos algo. Vemos a los personajes atrapados en un entorno de gran sonrisa, pulcros protocolos y repetidas disculpas, gracias, por favores y gestos vacíos que, lejos de parecer amables, se vuelven ominosamente amenazadores. Es un Disneylandia donde todo aparenta estar perfecto pero en cuyo interior habita la más triste desolación, explotación laboral y lavado de cerebro.

Los tiempos compartidos, y los resorts todo incluido que habitan en varias partes del país, son justamente estos Disneylandia que, así como los niños creen que están tomándose una foto con Micky Mouse y no con un trabajador en botarga, engañan a los adultos creyendo que tienen “el paraíso a su alcance” (por citar la película).

Ignoran así el desastre ambiental al ecosistema que esos complejos suponen con su propia construcción, el enorme desperdicio de recursos, energía y alimentos que supone su funcionamiento y administración, la explotación laboral de sus trabajadores (y que la película no pierde el tiempo en mostrar), la ignorancia y comodidad de las trasnacionales para trastocar la vida de los individuos que trabajan en sus empresas y el lavado de cerebro al que un individuo se expone con el discurso pseudo-empresarial de libros de auto-ayuda.

¿Qué costo realmente estamos pagando entre todos para satisfacer el “paraíso” en el que viven quienes van a vacacionar a ese tipo de lugares? Quizá justamente ése es el sentido de un tiempo “compartido”: que lo que compartimos todos son las consecuencias del desastre que se genera cuando un pequeño grupo quiere tener el “paraíso” hoy, sin importar el costo que pagaremos todos mañana.

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