Una”vida” que todos esperaban

Por: Manuel Alejandro Escoffié

Pocos generos acostumbran ser tan subestimados como el “cine biográfico” (o bio-pic, atribuido coloquialmente en inglés a partir del término “biographical picture”).

Historiadores hacen fila para escupirle a la cara, críticos lo descalifican como un pretexto para que actores sobrepagados ganen oscares, ejecutivos evitan como a la sífilis su baja rentabilidad y espectadores promedio tienden a ser indiferentes ante la vida de quien apenas han oído hablar en un mundo post-Wikipedia.

¿Por qué entonces “Bohemian Rhapsody”, la tan esperada producción de Twentieth Century Fox en torno al meteórico ascenso de la banda de rock británica Queen y su icónico líder Freddie Mercury, ha manifestado en taquilla y popularidad los síntomas de una excepción? ¿Qué fórmula mágica le ha permitido sobrepasar su presupuesto de 54 millones de dólares, además de disparar globalmente el streaming de su soundtrack y del catálogo entero de la banda, sobre todo, en nuestro propio país? ¿Qué fue lo que hizo bien? La respuesta es más sencilla de lo que parece. “Bohemian Rhapsody” se mueve alrededor de la vida de una persona con la cual la abrumadora mayoría de su público meta cuenta, además de una cierta familiaridad, una inversión emocional anticipada. En otras palabras, además de pagar por ver recreada en la ficción una vida que creen conocer, están pagando de igual forma por una vida a la que le tienen de antemano una considerable cantidad de afecto.

Me explico. Normalmente, la mayoría de los bio-pics que llegan a carteleras fuera de Estados Unidos se ocupan de hacer saber a las audiencias de aquellas regiones los orígenes, éxitos y a veces fracasos de personalidades de las que apenas tienen contexto previo gracias a su nombre o una sinopsis. Si por accidente esos públicos no-estadounidenses adquieren genuino interés en la vida de la persona retratada, sería hasta después de haber visto la película; incluso mucho después de estrenarse. En el caso de “Bohemian Rhapsody” ocurre un fenómeno muy distinto: la gente entra a la sala sabiendo exactamente qué esperar emocionalmente de las canciones de Queen, y, por lo tanto, sabiendo exactamente qué esperar emocionalmente de Mercury; o al menos del mito personal en relación con él, que cada quien ha construido a raíz de ser bastante viejo como para haber asistido a uno de sus conciertos o tan joven para reproducir videos suyos en You Tube. Quienquiera que haya conspirado con Roger Taylor y Brian May en sacar adelante este proyecto debió haber sido diabólicamente provisorio para poder anticipar que millones de labios y palmas en cines de todo el mundo estarían moviéndose al unísono de los de Rami Malek caracterizado como Mercury; sin importar lo muy acertadas y fundamentadas que pudieran ser (y son) las duras críticas a su guion irregular y a su edición burda, o lo frescos que estuviesen en la opinión publica las controversias de su rodaje.

“Bohemian Rhapsody” es un triunfo comercial debido a que no es, ni podría ser, aunque lo quisiera, aquello que formalmente entendemos por un bio-pic satisfactorio. O incluso lo que se esperaría de una película con mínima relevancia a largo plazo. Más bien, es el equivalente cinematográfico a un álbum de éxitos o a un concierto de tributo, cuyos organizadores/recopiladores entendieron desde un principio que quienes terminarían acudiendo lo harían no para conocer la historia de Freddie Mercury, sino para poder verlo y escucharlo una vez más; como si jamás se hubiese ido. No querían narrativa. Querían una ilusión. Querían nostalgia. ¿Con qué corazón iba Hollywood a negarles eso?

 

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