Valuar la educación

Por María de la Lama

Dice una de las autoridades de mi universidad que la educación es invaluable…

El semestre pasado, el profesor que fue contratado para enseñar una de mis materias probó tras pocas clases no estar calificado para la misma: no solo no tenía el conocimiento ni las herramientas que necesitaría un profesor de ese curso en particular; además, no lo reconocía, y nos hacía perder el tiempo en discusiones que estaban a todas luces fuera de lugar. Una amiga preguntó frustrada si le regresarían a la n cantidad de pesos que ella había pagado por ese curso. La respuesta fue un rotundo no. El responsable de ese no lo justificó, primero, explicando que ese tipo de devoluciones era imposible en la universidad. Pero, a la pregunta de por qué ese obstáculo, dijo, en un tono más o menos agresivo, que ese “acercamiento dinerista a la universidad” es un error, porque nuestra educación es “invaluable”.

El descontento de mi amiga no pasó a mayores; no era posible una devolución, y es discutible incluso si era lo adecuado. Sin embargo, me pareció obvio que “la educación es invaluable” no era un argumento válido. La proposición me parecía intuitivamente falsa. Por eso me sorprendió que, cuando más tarde platicamos entre amigos el suceso, una gran cantidad de ellos afirmaron que estaban hasta cierta medida de acuerdo con esa idea. La postura no estaba demasiado clara; unos decían que la educación es tan valiosa, que vale cualquier costo que podamos pagar. Otros, paradójicamente, concluían que por ese valor intrínseco tan apabullante, toda educación debería ser gratuita.

Yo creo que ambas posturas están equivocadas. Me parece obvio que cada tipo de educación tiene distinto valor para cada persona y para la sociedad en general, y que este valor no puede ser infinito. Creo incluso que es bastante limitado. Pero me he dado cuenta de que, no son solo mis amigos, sino mucha más gente, los que comparten esa idea de que la educación es invaluable. Así que traté de formular algunas razones por las que creo que la educación no es invaluable, para ponerlas a prueba y enfrentarlas a escrutinio.

Si la educación es invaluable, ¿por qué no pasamos todas nuestras vidas en una universidad? ¿Por qué dejamos de estudiar y entramos a trabajar, por ejemplo? Una primera respuesta es porque la educación no es solo instituciones educativas: nos educamos en el trabajo, en la familia… en la vida. Yo creo que esto es verdad, pero no favorece a la postura de que la universidad debería ser tan cara como podamos pagarla (o gratis para el que no pueda pagarla). Porque de esta definición de educación, unida a la idea de que la educación es invaluable, se sigue también que todas las actividades e instituciones de las cuales podemos aprender algo o que pueden favorecer nuestro pleno desarrollo deberían ser, o gratis, o infinitamente caras. Creo que esta conclusión es ingenua e inaceptable.

Alguien más podría tratar de conciliar la idea de una educación invaluable (educación en una definición menos laxa, ligada a las instituciones educativas) con la realidad de que no dedicamos toda la vida a la educación, diciendo que en un mundo ideal lo haríamos, pero que en este mundo imperfecto tenemos que trabajar para ganar dinero, comer, mantener a nuestra familia. Pero esta linea de pensamiento demuestra la idea a la que se resiste: consideramos que el dinero, el estómago lleno y el bienestar de nuestra familia es a veces más importante que la educación. Es decir, llega un punto en el que preferimos el sueldo de un día trabajando que un día de educación en la universidad. La educación no es, entonces, infinitamente valiosa.

Una tercera respuesta puede ser que la educación sería infinitamente valiosa, invaluable, si fuera buena. Y el problema es que nuestras instituciones educativas son terribles… Esta respuesta es también fácil de objetar: si el valor de la educación depende de su calidad, y la calidad es progresiva (una educación particular no es mala o buena, sino está en un continuo que va de malo a bueno), entonces el valor de cada educación particular (la primaria, la prepa, la Universidad Iberoamericana, la licenciatura en Filosofía) es también progresiva. Es decir, no es infinita.

La educación nunca puede ser realmente gratis. Ni siquiera cuando está subsidiada por el Estado; a todos nos cuesta en impuestos, y al estudiante, el costo de oportunidad: lo que podría hacer con ese tiempo. Tenemos que reconocer que la educación no tiene un valor infinito, y que su valor, su calidad (lo que sea que eso signifique) debe determinar su precio, y su papel en la sociedad. Tal vez la educación debería ser más barata, más cara o gratis por razones redistributivas: para disminuir la desigualdad. Pero en cualquier caso debemos estudiar y evaluar su valor: el valor de cada tipo de educación en las personas que la reciben y en la sociedad en general. Decir de forma dogmática y ambigua que la educación lo vale todo es absurdo.

 

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