Vida privada

Por Sergio Aguilar

“Suicidio colectivo” fueron las palabras que empleó Gustavo Rodríguez Vega, arzobispo de Yucatán, para hablar de las iniciativas de matrimonio igualitario en el estado.

Como en muchas otras ocasiones en este espacio, podemos invertir el significante para revelar la verdad de la enunciación. Al “suicidio colectivo” que tanto teme la Iglesia católica, habrá que señalar la “vida privada” que el sacerdocio tanto defiende.

En esa defensa de la vida privada es donde hallamos el problema de creer que los problemas sexuales del sacerdocio son solo de la Iglesia.

Efectivamente son solo de la Iglesia: es al interior de un organismo tan jerárquicamente hermético como la Iglesia que es posible un cártel de criminales que solapan y cometen atroces actos contra mujeres, niños y entre ellos mismos.

El problema de señalar el matrimonio homosexual como un suicidio colectivo es que reconoce a la homosexualidad como una categoría infecciosa tan poderosa que podría desaparecer a la humanidad entera. Tal parece que lo único que podría competir con Dios, el creador del hombre, es un drag queen. Aquí no puedo evitar pensar en el personaje diabólico de la caricatura Las Chicas Superpoderosas, para reconocer que esa ironía ya se había señalado.

En otra caricatura noventera, Rugrats, un capítulo muestra al abuelo y el padre disfrazando de niña a Tommy para que gane un concurso de belleza infantil y ellos ganen un bote. Su victoria demuestra lo performativo del género, y la falda con la que el sacerdote da misa demuestra otra ironía de la situación.

Así como el cura recibe en supuesta oscuridad y anonimato la confesión, sabemos que ninguna autoridad es ingenua. Varios amigos que estudiaron en colegios católicos recuerdan la insistencia con la que los sacerdotes que les confesaban les pedían detalles de su masturbación (frecuencia, la fantasía en la que pensaban, si lo hacían en su cama o el baño, etc.). Estamos hablando de niños de secundaria y jóvenes que inician la preparatoria.

Por todas estas cosas es que hay que hacerle ver al arzobispo que, antes de ponerse a lamentar por un suicido colectivo, hay que pensar en si ya puso en consideración su vida privada. No niego lo público que toda vida privada es (ya lo discutiremos en otro momento), pero sí hay que reconocer que primero debemos iniciar señalando nuestra enunciación, el punto desde el que leemos al mundo. Es ahí donde se sorprendería la Iglesia.

 

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