Sobre la recontratación de James Gunn

Por Marcial Méndez

Como ya sabrán los fanáticos de las cintas de superhéroes , Disney ha reestablecido su relación laboral con James Gunn –director de ambas entregas de los Guardianes de la Galaxia–, a quien había despedido hace menos de un año a raíz de una polémica respecto a varios comentarios de mal gusto que, muchos años atrás, el cineasta expresó sobre temas como la violación y la pedofilia. Aquella debacle que produjo su despido no fue orgánica, sino fabricada por un tal Mike Cernovich con el claro propósito de arruinar la imagen de Gunn, por cuestiones políticas. Claro está que los comentarios de este último fueron y siguen siendo 100% reales, pero su descubrimiento y difusión, así como también la polémica que desencadenaron, fueron totalmente orquestadas.

El caso del director es muy similar al que, en su momento, vivió Hulk Hogan, quien también fue desterrado de su lugar de trabajo (WWE) debido a sus comentarios racistas en una vieja sex tape que fue ilegalmente difundida. Como sucedió con Gunn, el luchador se disculpó, pasó algún tiempo “en penitencia” y fue eventualmente recontratado.

Otra similitud entre ambos casos es que, desde bastante antes de la “reconciliación” pública entre las compañías y los desterrados, el regreso al statu quo era casi un hecho. El anuncio del retorno de Gunn, por ejemplo, se ha dado meses después de que tal decisión fuera tomada; el de Hulk Hogan, por su parte, fue precedido por múltiples reportes que indicaban una mejoría en la relación entre el ícono luchístico y la empresa para la cual trabajaba.

El paralelismo entre ambos casos parece evidenciar una metodología imperfecta pero superficialmente satisfactoria que los grandes nombres de la industria del entretenimiento tienen a su disposición (y probablemente seguirán usando, mientras les siga funcionando y su contexto lo amerite) para lidiar con polémicas de esta índole.

En primera instancia, el proceso sigue la idílica resolución natural de una problemática interpersonal: se percibe una ofensa aparentemente imperdonable, las dos partes se distancian como consecuencia y, cuando el tiempo ya ha calmado las pasiones, se reconcilian después de las disculpas del agresor. Se implica una agradable admisión de que las personas cambian y que el Gunn o el Hogan que ha ofendido es cosa del pasado.

No obstante, los casos que nos atañen no son conflictos interpersonales, sino cuestiones de imagen pública. Aunque se agradece que los esfuerzos insinceros y maliciosos de Cernovich no hayan dañado la carrera de Gunn por las ofensivas tonterías que dijo hace diez años (¿habrá quien jamás haya dicho alguna estupidez durante su juventud de la que ahora se arrepienta?), desilusiona el que se haya tenido que armar todo este circo para llegar a ello: el que se haya efectuado un juicio mediático por boberías ya caducadas, el que poco se haya reconocido la mala fe y la hipocresía detrás de la campaña en contra de Gunn y el que el anuncio de la reconciliación fuera postergado por meses solo para que la situación no fuera percibida como el mero teatro que Disney ha puesto a funcionar para proteger su imagen y reputación que realmente es.

La resolución es satisfactoria, sí; pero la polémica fue un artificio, si no innecesario (en el caso de Disney), sí exagerado y excesivamente prolongado. Reconozcámoslo y, para la próxima, ahorrémonos las faramallas.

 

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